COCINA ESPIRITUAL

Hoy estaba cocinando en la cocina ya que no podía hacer nada más en ese preciso momento. Sentí que tenía que volver a las actividades básicas más simples de la vida, aquellas que nos conectan con nuestra naturaleza, con nuestra encarnación y mortalidad.
Acciones que alimentan y nutren nuestro cuerpo y nuestra alma, con nuestros gestos, hábitos, costumbres y rituales cotidianos y repetitivos a lo largo de este ciclo terrenal de la vida.
Ser consciente es para mí, encontrar valor y valor en las cosas simples de la vida, comprender que es parte del viaje para adquirir satisfacción.
A veces, para no perder el foco, en tu camino a cumplir tu propósito o tomar conciencia de todo tu potencial, lo que tienes que hacer es detenerte y meditar.

Volviendo a la cocina, estaba reflexionando como suelo hacerlo, gracias a esa capacidad de convertir lo mundano en un momento especial del “ahora”.
El momento es nuestro presente que es el único poder que poseemos como seres humanos para desarrollar la capacidad de aprovecharlo al máximo, poder detenernos y sentir con cada poro, cada músculo, cada sensación, cada pedacito de conciencia que estamos vivos. y bueno.

Hace algunos años aprendí sobre lo sagrado que se encuentra en los rituales relacionados con la alimentación y el cuidado del cuerpo, gracias a la antigua práctica llamada Ayurveda y presente también en el budismo. Encontrando en cada ingrediente, en cada utensilio, la generosidad de la Madre Tierra, conocimientos ancestrales transmitidos de generación en generación para alcanzar un estado de dicha, creando, elaborando néctares y recetas curativas y nutritivas, para la salud, la meditación, la nutrición, la longevidad, la fertilidad y la cosmética. propósitos.
Pero al mismo tiempo, las tradiciones, los rituales, el saber hacer, el comité secreto de mujeres y la cocina siendo el corazón del hogar familiar, también fueron heredados por el origen caribeño.

Mientras, yo estaba friendo unas empanadillas chinas, separando hoja a hoja, cortando trozo a trozo ese Pak Choy, para sofreír en unos anacardos y guindillas frescas, oscureciéndolo con un poco de aceite de sésamo y salsa oscura de champiñones.
Estaba pensando en la suerte que tenemos de tener comida recién hecha con tantos sabores de todo el mundo. Visualizar un déjà-vu en el pasado, pensar en lo caro que era en Londres conseguir comida fresca y saludable.

Ese fue mi momento de gratitud del día, darme cuenta de lo afortunado que era, de conocer tantas formas diferentes de cocinar, siendo lo suficientemente creativo como para seguir explorando, desde la región del Caribe pasando por Luisiana, África, Grecia, Italia, Francia, Tailandia y India; para mostrar su amor y aprecio; simplemente estar vivo.

Aunque a nosotros nos gusta complicarnos mucho, como también aprendí a sentirme privilegiado con un buen trozo de pan, aceite de oliva y tomate o mi coco ancestral bueno para prácticamente todo.
Recordando, cuando llegué por primera vez aquí a España, hace unos veinte años; y gente comiendo esa comida fusión mía, flipando, sin saber exactamente qué era, pero gustándola hasta el punto de que terminé cocinando en yates y para catering privado.

Volví a los recuerdos de mi infancia en París, cortando el último trozo de chile descongelado, pensando en lo difícil que era entonces encontrar o comer lo que llamaban comida “exótica”, que para nosotros eran nuestros propios platos tradicionales, era nuestro pedazo de hogar.
Siempre tuvimos un poco de conexión con la comunidad asiática, porque incluso en casa, que es Martinica, importaban y comercializaban esas especias doradas, ingredientes raros y sabores ricos.
Después de todo, nuestro curry nacional es de Sri Lanka y se llama “Colombo” hecho del polvo conocido con el mismo nombre.

Siempre he sido un curry, entre todas mis mezclas étnicas y culturales, en mi casa, me acostumbré a platos de una parte diferente del mundo todos los días.

Tal vez esa es la razón por la que acepto tan rápidamente las diferencias y no veo la necesidad de privilegios, estatus especiales que conduzcan a injusticias.
No creo en gurús ni en influencers, ni en élites ni en fama; mucho menos en una intelectualidad o en la existencia de una raza humana especial.
Creo que cada ser humano en este mundo tiene algo que aportar a su manera, aunque no sea a su manera o favorezca la suya.
Incluso el mal o el mal, por alguna razón tiene su propia función a una escala más global, cuando se trata de provocar la evolución o el cambio.

Tenía en mente el crisol que es este mundo hoy, pero aún mirándolo desde un punto de vista religioso y europeo, impuesto o dictado a las masas.
Los símbolos y festividades del cristianismo están por todas partes ensombreciendo otras miles de espiritualidades que no son ni el judaísmo, ni el islam, ni el hinduismo, ni el budismo…
Es entonces cuando oímos hablar de Navidad, Acción de Gracias, Semana Santa y cualquier otro punto marcado en cualquier país occidental que sea sinónimo de el calendario cristiano, para que los actos de fe y penitencia se materialicen en esta realidad.

¿Qué hay de respetar otras existencias y manifestaciones en el día a día, y no momentos puntuales en el tiempo convertidos en campañas de marketing?

Tener humanidad no tiene nada que ver con la religión o las creencias religiosas, ni con la raza, el dinero, la erudición y el poder pero la espiritualidad sí incluye la vida como dogma o concepto dominante a adorar, proteger y respetar. Respeto por todo tipo de existencias, por un mundo inclusivo, donde impere la tolerancia y la libertad de elección.

SPIRITUAL COOKING  LAST

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